martes, 19 de enero de 2010

AFLUENTE.


Hurgando presagios cual
hechicera indulgente,
en cada páramo mis discernimientos
paralizaban al exiguo clamor
de transeúntes impertinentes.
Urgía la dinámica para esclarecer
el enigma de sus afectos.
Involuntaria vesania intuía
distante la meta,
se insinuaban pendientes,
intrépida e intransigente
insistí hasta constatar
sí, existía afluente.
Esclarecido el acertijo,
prometí colmar de
ternura el vacío;
perpetuar la flor del dagame
que reposa sobre su testa,
el nácar de sus álabes,
la intensidad de su mirada,
la fragancia varonil
por sus poros emanada
y el embrujo de sus labios
sugestivos,
en los míticos abismos de mis más
íntimos sentidos.
Entretanto,
mismo hidalgo reverente inviable
incita a fantasear.


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